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MATILDE UCELAY, PIONERA EN LA ARQUITECTURA ESPAÑOLA

Matilde Ucelay (Madrid, 1912-2008) fue la mayor de cuatro hermanas que crecieron y estudiaron en el seno de una familia de la burguesía liberal ilustrada de principios del siglo XXI. Sus padres no escatimaron recursos ni apoyo para dar la mejor educación a sus hijas. Fue alumna brillante en el Instituto Escuela y en la Escuela de Arquitectura de Madrid, donde mostró especial habilidad para las matemáticas y el dibujo. Hizo además la carrera de piano. Con ocho años, le confesó a su compañera de clase Ángela Barnés que quería ser arquitecta para “hacer las casas bien, porque los arquitectos no sabían, porque nunca estaban en ellas”. Tuvo oportunidad de viajar en España y en el extranjero: con varios amigos y su entonces novio hizo un extraordinario viaje a Rusia, vía París y Berlín, en 1934. 

Se trata de una mujer que se acabó dedicando a la arquitectura, un oficio que normalmente ha estado referido a hombres debido a las actividades lógico-matemáticas que requiere. Era impensable ver a una mujer al frente de un proyecto arquitectónico. 

Durante los años en la Escuela de Arquitectura Matilde dedicó muchas horas al estudio. Tuvo algún percance con algún profesor y algunos compañeros que no veían con buenos ojos el que una mujer pudiera ser arquitecta, pero en general parece que no tuvo grandes dificultades más allá de saber que tenía que estudiar más que los demás, o el tener que llamar al bedel para poder ir al baño. De hecho, con su amigo Chueca Goitia, que fue el intelectual de su generación, realizó dos cursos en uno estudiando durante un verano, culminando los estudios con excelentes calificaciones. En sus primeros años de estudiante fue miembro de la asociación estudiantil FUE, Federación Universitaria Escolar, actividad que después abandonó para centrarse en acabar la carrera.

A principios de octubre se trasladó a Valencia con su familia, donde pasó la guerra, contrajo matrimonio con José Ruiz-Castillo en el mes de enero de 1937, y dio a luz el año siguiente a su primer hijo José Enrique. En agosto de 1939 regresó a Madrid y poco después se instaló en el ático del edificio Castaño, en la confluencia de las calles Alcalá y Goya, donde vivió durante casi siete décadas y desarrolló toda su carrera profesional hasta su jubilación en 1981. 

Finalizada la guerra y como resultado de su participación en la Junta de Gobierno del Colegio de Arquitectos de Madrid de 1936 fue juzgada en Consejo de Guerra por al menos tres tribunales militares diferentes, junto con los otros 28 miembros de esa junta, y condenada a inhabilitación profesional. Además fue depurada por el Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España y por la Dirección General de Arquitectura, y sancionada también, en 1942, a inhabilitación de por vida para cargos públicos y de confianza, a cinco años de inhabilitación para el ejercicio privado de la profesión, más sanción económica de 30.000 pesetas de la época. 

En el proceso de depuración, Ucelay recibió tratamiento diferenciado. En 1942 el gobierno decide una rebaja generalizada de sanciones, gracias a lo cual muchos arquitectos inicialmente sancionados, como Candela por ejemplo, son exonerados, y muchos otros reciben sanciones menores a las inicialmente previstas. Sin embargo, en este proceso de rebaja generalizada de sanciones, Ucelay, la única mujer, es el único arquitecto de toda España cuya sanción no sólo no se reduce, sino que se incrementa (la depuración se aplicó a los más de 1.000 arquitectos que tenía el país). 

Como tantas veces ha ocurrido en la historia de las mujeres, hubo un intento intencionado de borrar su existencia. Es evidente que su nombre fue deliberadamente no incluido entre los arquitectos españoles: en los listados anuales de arquitectos que publicaba el Colegio de Madrid, Ucelay no aparece hasta finales de la década de 1940, mientras todos los arquitectos varones condenados aparecen, incluidos los de edad similar, los que tuvieron sentencias más duras, los que por su reciente titulación no habían como ella recogido el título oficial, los condenados en rebeldía, los exiliados, e incluso alguno muerto en la guerra. Los responsables del colegio en la época sabían bien quien era Ucelay: algunos habían sido compañeros de clase, otros habían tenido parte activa en los juicios contra ella, alguno era incluso amigo personal. Como primera arquitecta del país simplemente no pasaba desapercibida en el reducido medio social de la arquitectura española de la época. No cabe la suposición de error ni olvido para explicar la ausencia de su nombre en estos listados. 

A pesar de estos “contratiempos”, como decía ella, Ucelay desarrolló una prolongada práctica arquitectónica a lo largo de cuatro décadas de intenso trabajo cotidiano, desde 1940 hasta su jubilación en 1981, en las que se construyó una reputación de magnífica profesional. Se especializó en el diseño de viviendas para la burguesía adinerada de la capital. Su suegra Paz Basala fue su primera clienta con un encargo para ampliar y modernizar la casa de veraneo de la familia en la Granja de San Ildefonso. Durante los cinco años de inhabilitación para el ejercicio privado de la profesión, su amigo Aurelio Botella firmó sus proyectos; después, debido a la prohibición para trabajar para el sector público, centró su actividad en el encargo residencial para clientes particulares.

Ucelay enfrentó con una estrategia que podemos llamar de desdoblamiento su condición como mujer, madre de dos hijos y esposa, mientras se profesionalizaba plenamente en una profesión liberal de grandes responsabilidades como cualquier hombre hubiera hecho, en una época en que las mujeres carecían de derechos básicos ciudadanos con prohibiciones expresas para el trabajo remunerado de las casadas. Mantenía su casa con una puntillosidad de burguesa clásica perfecta, era una gran cocinera y organizaba cenas exquisitas para los amigos. Con sus amigas hacía vida social y se comportaba como cualquier otra mujer de la época. Con sus amigos arquitectos, con los contratistas, con los clientes, hablaba apasionadamente de arquitectura. En palabras de su hijo Javier, “tenía la vida partida en dos. Por un lado lo corriente, y por otro lado la arquitectura. Lo que le gustaba era la arquitectura, por cierto. Lo corriente le preocupaba pero muchísimo menos. Lo que no quería hacer, lo que no podía hacer, ya que era extremadamente difícil, era trasladar lo profesional a su condición como mujer. Esto lo dejó para generaciones posteriores”.


Algo que puede promover la educación en igualdad en estos casos es realizar en todo momento actividades donde los roles sean realizados tanto por niños como por niñas, sin hacer distinciones de ningún tipo. Hacer reflexiones diarias donde se pongan en el lugar de todo el mundo, y que, como personas que somos, cada uno tenemos nuestros propios gustos con respecto a muchos ámbitos. Han de comprender que todos somos totalmente capaces de realizar una determinada actividad, y en un futuro, un determinado oficio. 

Como en muchas familias es un tema por el que estereotipan a los niños y niñas, desde la escuela debemos hacerles comprender de manera íntegra este concepto para que no se dejen convencer por sus familias, que puedan tener criterio propio y valorar por sí mismos esta situación. 

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